lunes, 17 de septiembre de 2001

Estrategias para salir del “atorón”

México está en declive. Lo estamos no sólo en el terreno económico sino también en el político.
Después de la salida del PRI de Los Pinos, lo que debió ser un intenso periodo de transición institucional hacia la democracia y de reformas estratégicas en lo económico, se ha convertido en una triste “transición atorada” (Fox dixit) y en un preocupante impasse en las reformas económicas.

Nuestra clase política lleva tres años discutiendo sin una agenda ni una estrategia claras para establecer la visión del país que necesitamos para el siglo XXI.

Ante la ausencia de una verdadera agenda nacional, se ha impuesto la agenda electoral como tema prioritario de reflexión.

El deterioro del status quo ha sido devastador para el PAN en su desempeño eleccionario. El malestar en las economías familiares, la amenaza de gravar con IVA los alimentos y las medicinas, y la percepción de su incapacidad e inexperiencia para gobernar, han abierto sendas brechas por donde se han fugado los votos que capturaron en el 2000.

Los factores que apuntalan la recuperación del PRI son los mismos que han minado las fortalezas del PAN, pero aquí –ventaja opositora obliga- han jugado inversamente a su favor: su oposición al aumento de impuestos y a las privatizaciones de PEMEX y la CFE, aunado a la percepción de contar con una mayor experiencia y capacidad para gobernar, le han hecho marcar puntos importantes frente a los electores.

El PAN ha perdido su posicionamiento en los temas de economía, capacidad gerencial y cambio, mientras que el PRI se ha recuperado en base a los temas de experiencia para gobernar y defensa de la economía familiar al oponerse al aumento de impuestos.

El PRD, al igual que el PRI, se ha fortalecido en base a la crítica al desempeño económico del gobierno federal, con una particularidad, ha jugado a diferenciarse, tanto del PAN como del PRI, apostándole a una tercera vía que tiene a Andrés Manuel López Obrador como su principal exponente y que se ha posicionado en el Distrito Federal con los temas de política social, la llamada “revolución blanca” que consiste en apoyos económicos a la tercera edad, pero también capacidad gerencial mediante la construcción de grandes obras viales y el rescate del Centro Histórico, y el diseño de una política de seguridad en base al programa “cero tolerancia”, con la asesoría de Rudolph Giuliani.

En este juego de escenarios de suma cero ninguno de los actores gana en el mediano o largo plazo, pues al atrincherarse en la defensa de sus intereses particulares, se está minando la viabilidad del país en el futuro.

En la medida en que la agenda electoral prevalezca sobre la agenda nacional, ninguno de los actores se aventurará a asumir el costo de las decisiones de las reformas institucional y económica por temor a ser castigado por los electores.

Un callejón sin salida

El error estratégico de Fox fue haberle fijado al Congreso la agenda de la reforma fiscal y la apertura del sector eléctrico sin antes generar los acuerdos políticos que les dieran sustento.
Lejos de ello, abrió un frente de ataque al PRI con el tema del Pemexgate que lo único que hizo fue polarizar las posiciones y echar abajo su capacidad negociadora. La alianza con el PRD tampoco le fructificó por la oposición ideológica de la izquierda a gravar con IVA los alimentos y medicinas, y a privatizar la CFE.

Después de la debacle electoral del 2003, en la que el PAN perdió a la mitad de sus electores, Fox corrigió el enfoque de su administración al supeditar las reformas estructurales a los acuerdos políticos, para lo cual puso en marcha una política de distensión con el PRI, que, a raíz de las elecciones legislativas, se convirtió en la principal fuerza política del país.

Fox pudo haber utilizado algunas otras tácticas para generar los acuerdos políticos con la oposición, como conformar un gobierno de coalición tanto con el PRI, como con el PRD. Pero lejos de ello, en la recomposición de su gabinete inmediatamente después de las elecciones, fortaleció la posición del PAN.

Otra táctica pudo haber sido la convocatoria al “Pacto de Chapultepec” que enarboló durante su campaña presidencial, y que seguramente no hizo por el precedente del 2001 en el que, a instancias de Santiago Creel, convocó a un acuerdo político nacional que se quedó guardado en el tintero, y, tal vez, para evitar generar expectativas que posiblemente no podría cumplir.

El principal eje de negociación que ha elegido el gobierno de Fox es llegar a un acuerdo con los presidentes de los grupos parlamentarios tanto del PRI como del PRD en la Cámara de Diputados, Elba Esther Gordillo y Pablo Gómez, para que ellos, a su vez, lo impongan a sus respectivos grupos parlamentarios.

Esta estrategia de negociación cupular, sin embargo, enfrenta el riesgo de generar divisiones al interior tanto del PRI como del PRD al no poder superar la oposición de los sectores duros.
La luz al final de túnel en el escenario de negociación nacional no se ve muy clara.

Desatorar el atorón

Más allá del contexto de negociación nacional, una estrategia que se ha estado abriendo paso, al principio con la oposición presidencial, pero luego con su apoyo, y podría convertirse en la salida al atorón institucional entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo federales, es la llamada Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO).

La CONAGO se ha convertido no sólo en la caja de resonancia de las reformas económicas y fiscales que tanto había buscado Fox para impulsar su proyecto de gobierno, pues los gobiernos estatales enfrentan los mismos problemas de restricciones presupuestales que el gobierno federal, sino que ha abierto en el país una importante vía de negociación y de cambio desde la periferia que podría ser una pieza clave para destrabar el atorón en las instituciones del poder central.

Lo paradójico de esta situación es que a diferencia del Pacto de la Moncloa, que congregó en España a las principales fuerzas políticas en la sede del Palacio de Gobierno en 1977 para acordar la transición, en México el pacto de transición, sin saberlo, se podría estar gestando a partir de la periferia, a instancias de la CONAGO. Algo similar a lo que ocurrió con la revolución del sufragio en México que se gestó primero en los municipios y en los estados, para de ahí emprender su larga marcha hacia Los Pinos.

De esta forma, nuestra transición democrática tomaría una ruta más larga que la transición española, pues tomaría la forma de un “pacto federal” a través de la llamada Convención Nacional Hacendaria, que arrancaría sus trabajos el 5 de febrero del 2004, justo en el aniversario de nuestras Constituciones de 1917 y 1857.

Nuestra transición no sería jacobina o centralista, como muchas de las transiciones europeas, sino girondina o federalista, como la de los Estados Unidos. Es claro que los acuerdos de la CONAGO a través de la Convención Nacional Hacendaria no tienen un carácter obligatorio para los Poderes de la Unión, pero lo importante es que esta instancia de negociación genere una dinámica tal que involucre a los Poderes de la Unión, y si los gobernadores de todos los partidos están dispuestos a asumir los costos de las reformas institucionales y económicas, los legisladores decidan también compartir esta responsabilidad.

El éxito de los trabajos de la CONAGO y el apoyo que le ha dado, de última hora el Presidente Fox, pueden ayudar a que la clase política nacional deje a un lado la agenda electoral, que es siempre de corto plazo, y haga suya una agenda nacional que nos ayude a construir la visión del México que necesitamos en el siglo XXI.

Para salvar a México del declive tenemos que abandonar las visiones de corto plazo para impulsar reformas estratégicas sólidas de largo alcance.