miércoles, 23 de abril de 2003

Entender “el factor AMLO”

Apenas vamos a la mitad del camino del gobierno de Fox y ya ha empezado a hablarse de la “sucesión adelantada”, como si el adelanto de los tiempos electorales fuese uno de los efectos de la transición mexicana -la campaña permanente-, o de la ausencia de una agenda definida del nuevo gobierno.

Las especulaciones en torno a lo que los encuestólogos llaman la “carrera de caballos” ubican, hoy por hoy, al Jefe de Gobierno de la ciudad de México como el puntero en la carrera presidencial. Su posicionamiento como candidato presidencial para el 2006 trasciende el ámbito capitalino, a tal grado que ya se habla en todo el país del “factor López Obrador”. El presente ensayo es un intento por comprender y explicar los elementos clave de éxito de este posicionamiento tan vertiginoso como sorprendente.

1. Una nueva mayoría social. Siguiendo la tesis de Tony Schwartz (“La respuesta emocional”), la efectividad de los mensajes no radica en la respuesta a la pregunta ¿qué quiero decir?, sino en la capacidad de generar resonancia con las experiencias vitales tanto de los oyentes como de los videntes.

Es obvio que la efectividad de los mensajes de muchos políticos no genera sintonía con lo que la gente siente y piensa porque el punto de partida de la comunicación no es el discurso político: es entender lo que pasa por la mente de los ciudadanos.

Parafrasenado a Stanley Greenberg (“The New Majority”) podemos afirmar que hay datos suficientes, tanto en los resultados de las últimas elecciones federales como en algunas las encuestas estatales, para afirmar que existe una “nueva mayoría” de mexicanos que está sufriendo los efectos de la crisis económica –como consecuencia de “la década perdida” 1994-2004, según la definió Carlos Salinas- y que busca a través de su voto un cambio en sus economías familiares.

El cambio político en el 2000 no se tradujo en bienestar económico para la población, como quedó claro con el voto de castigo al PAN en el 2003 y los siete millones de electores que perdió Fox en tres años de gobierno. De ahí que siga latente la aspiración de cambio que mejore el nivel de vida de la gente.

La sintonía con los ciudadanos la están logrando aquellos políticos que han identificado a este nueva mayoría que quiere un giro de los gobiernos hacia lo social, que se ha estado manifestando en las elecciones después del 2000 y que será decisiva en el 2006.

2. Un nuevo estilo de liderazgo. Al final de cuentas los electores votan por estilos de liderazgo. En las elecciones del 2000, el estilo retador de Fox (“el hombre Marlboro”) se impuso sobre el estilo burocrático de Labastida (“el hombre del sistema”).

El estilo de López Obrador es una especie de anti-político que rompe con los estereotipos y paradigmas del tradicional político mexicano: Se levanta temprano. Todos los días da una rueda de prensa a las seis de la mañana. Se reduce el sueldo a algo simbólico para un político. Su lenguaje es coloquial, sin perder su acento y dichos tabasqueños. Y –last but not least- al trasladarse en un auto Tsuru, hizo a un lado la parafernalia de suburbans y guaruras que llegaron a representar la distopia y la imagen de impundiad del viejo régimen.

Fox llegó a posicionarse en la campaña presidencial como el anti-político, como el outsider cuya misión era “sacar al PRI de Los Pinos”. Sin embargo, su estilo muy pronto se desintonizó de los ciudadanos por sus lapsus y ocurrencias que lo hicieron caer en lo rídiculo y en la incompetencia (el saludo a los hijos antes que al Congreso durante su toma de posesión, el lapsus al citar a Jorge Luis Borges, el beso en el Vaticano, la llamada a Fidel Castro:”cenas y te vas”, etc., etc.)

3. Un gobierno con agenda. El manejo de la agenda de gobierno es quizás el elemento más importante en el posicionamiento de López Obrador y de su sintonía con la nueva mayoría social. Su mérito fue haberse enfocado en los temas relevantes. En primer lugar, haber fijado la agenda social como tema prioritario de su gobierno, mediante el otorgamiento, entre otras acciones, de pensiones al sector creciente de la tercera edad y a los jóvenes excluidos del sistema universitario mediante la construcción de preparatorias populares.

Si el lema de campaña de López Obrador en 2000 “por el bien de todos, primero los pobres” no le generó la suficiente resonancia con los electores, al grado que tuvo que cambiarlo a mitad de la contienda por el de “honestidad valiente”, ya en el gobierno, haber hecho de la atención a los pobres el tema principal de su agenda le generó buenos resultados, por lo menos en términos de opinión pública.

En segundo lugar, hizo de la seguridad pública otro de los temas centrales de su agenda de gobierno, y le dio significado a esta acción con un acontecimiento mediático como lo fue contratar al ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani y aplicar su programa “cero tolerancia”. Todavía es muy pronto para medir los efectos de las medidas tomadas en materia de seguridad, pero la percepción es que, al menos, está intentando darle un giro a un área en donde los gobiernos anteriores habían fracasado.

Finalmente, ha tenido la capacidad para ejecutar grandes proyectos urbanísticos
-como el distribuidor vial San Antonio, el rescate del Centro Histórico, y el segundo piso del periférico- que están revitalizando el espacio público de una ciudad que parecía condenada al caos.

4. Trascender la estructura partidista. La imagen del Jefe de Gobierno del Distrito Federal ha logrado posicionarse más allá de la imagen marca del PRD. De ahí que no se pueda concluir que el débil posicionamiento electoral del PRD a nivel nacional, sea un obstáculo a las aspiraciones presidenciales de López Obrador.

La estrategia electoral que siguió Vicente Fox en el 2000 es un buen ejemplo de cómo a través de los “amigos de Fox” y de la “Alianza por el Cambio” pudo elevar la votación panista que en 1997 era de 28% a 42% tres años después.

La base de este posicionamiento es la comunicación de sus logros en el gobierno de la capital del país, y no un discurso ideológico como lo pudo tener Cárdenas en el 2000, o Lula en Brasil. En este sentido su estrategia de venderse como un gobernante exitoso se asemeja más a las estrategias presidenciales norteamericanas, como la que siguió Bill Clinton al comunciar sus logros como Goberndaor de Arkanzas, o Fox al publicitar sus resultados en Guanajuato.

5. Un mensaje de futuro. Ya lo dijo el publicista de Mitterrand, Jacques Séguéla: los electores votan por el futuro, nunca por regresar al pasado. A diferencia del posicionamiento del PRI a nivel nacional, López Obrador ha logrado romper con el anclaje al pasado y al viejo régimen. Contrario a los gobiernos del PAN, ha logrado vencer el estereotipo de incapacidad, inexperiencia e insensibildiad social.

El mensaje de López Obrador, que expresa a través de su lema “La Ciudad de la Esperanza,” se ha convertido en una especie de proyecto alternativo frente al “regreso al pasado”, imagen de la que no se ha podido sacudir el PRI, y la “incapacidad para hacer realidad el cambio” que se ha apoderado del PAN.

El discurso de futuro de López Obrador, al igual que el de Lula, y Clinton en 1992, es a favor del cambio económico (It´s the economy, stupid!). Sus adversarios son el modelo económico neoliberal, el FOBAPROA, y la “mafia de políticos que se beneficia de la corrupción”.

En este sentido, representa una propuesta alternativa de futuro, tanto en lo económico, como en lo político, frente a la percepción que se tiene del PAN, y del PRI, éste último enfrascado en el debate de apoyar las recetas económicas neoliberales -como las reformas fiscal y eléctrica- o proponer un modelo económico alternativo. La alternativa frente a una eventual restauración priista o al cambio político panista, que no se traduce en cambio económico, es el cambio social.

Falta todavía un año y medio para el arranque formal de las campañas presidenciales del 2006. El “factor AMLO” tendrá que enfrentar las pruebas de fuego de los cuestionamientos tanto a la veracidad de su modelo de gobierno (el caso del chofer “Nico”), como a la sustentabilidad finaciera de su política social (el endeudamiento de 40 mil millones de pesos), pero lo que parece hoy a todas luces factible, es que si en México no se dio la transición institucional a la democracia que se esperaba con el triunfo de Fox, se pueda dar la alternancia a la izquierda a semejanza de lo que sucedió en España en 1982 cuando el triunfo del PSOE consolidó la transición democrática española.

Si se mantiene el factor AMLO, el desenlace de la transición mexicana en el 2006 no sería “el regreso del PRI a Los Pinos”, sino la alternancia del país hacia la izquierda.

miércoles, 16 de abril de 2003

La ilusión viaja en tranvía

La estrategia electoral que ha puesto en marcha el PAN a nivel nacional es de referéndum al cambio. Su lema “quítale el freno al cambio” es claro y conciso. Plantea de manera simple lo que estará en juego en las elecciones del próximo 6 de julio: ¡darle un voto al PAN y a Fox a favor de que el cambio continúe, o, bien, un voto en contra para que se detenga!

Independientemente de los efectos publicitarios de esta campaña, me gustaría poner a discusión los escenarios a los que nos llevaría esta estrategia. No me queda duda que el sentido de la elección federal del 6 de julio sea de referéndum al cambio. De lo que no estoy seguro es que la metáfora del cambio frenado traduzca correctamente la percepción de los electores en torno al desempeño del gobierno de Fox.

Los resultados de las elecciones del 2 de julio del 2000, y las encuestas de los meses inmediatos a la toma de posesión de Fox, nos hicieron plantear la tesis de un realineamiento electoral con efectos a mediano y largo plazo. Fox llegó a la presidencia con 16 millones de votos. Para diciembre de ese año, según una encuesta nacional de María de las Heras, cerca de 20 millones de mexicanos declararon haber votado por él, mientras que sólo 8 de 13.5 millones que votaron por Labastida confesaron haberlo hecho.

La tesis del realineamiento electoral auguraba el inicio de un ciclo electoral a favor del cambio y una caída del PRI a su piso más bajo de votación. Algunos, inclusive, hablaron de su inexorable desaparición. A finales del 2000, los cálculos sobre los márgenes de votación nacional de los partidos políticos situaban al PAN en una franja del 35 al 50%, al PRI en una del 20 al 35%, y al PRD en otra del 10 al 20%.

El escenario electoral para el 2003 parece haber cambiado súbitamente, y lo que se antojaba como un escenario del cambio confirmado producto de un realineamiento electoral de fondo, parece estar en aprietos, ya que los pronósticos difícilmente otorgan al PAN una mayoría en la Cámara de Diputados: el PRI y el PRD habrían subido a su techo y el PAN caído a su piso de votación.

Los problemas electorales del cambio, por lo tanto, no son los de un automóvil que enfrenta obstáculos para seguir avanzando, como plantean los estrategas y los publicistas del PAN. Me parece que la metáfora del camión cuyos pasajeros deciden bajarse por no estar conformes con la ruta que decidió emprender su conductor es más acertada y congruente con la realidad.

En pocas palabras, el problema del cambio no está en el freno sino en el rumbo: en el temor de los pasajeros que compraron boleto, y en la incertidumbre que les provoca no llegar a lugar deseado (¡cualquier parecido con La ilusión viaja en tranvía, o La subida al cielo de Luis Buñuel es mera coincidencia!).

El desencanto de los electores con el cambio inicia en el 2001 con la propuesta de reforma fiscal que proponía gravar con 15% los alimentos y las medicinas. A esta propuesta se añadió una pésima campaña publicitaria del gobierno federal que, durante marzo y abril, trató de convencer a los mexicanos de escasos recursos que lo que se les cobrara de IVA les sería devuelto en su integridad y hasta “copeteado”.

A esta propuesta le siguieron el aumento de las tarifas eléctricas y de gas a principios del 2002, una difícil situación económica que se ha traducido en desempleo para muchas zonas del país, y recortes presupuestales a la mayoría de los estados y municipios.

La percepción de los electores desilusionados con el cambio es que éste les ha salido demasiado caro, por lo que es poco probable que voten por pisar a fondo el acelerador. Antes al contrario, tratarán de convencer a su conductor que mejor corrija el camino (It´s the economy, stupid!).

Jorge G. Castañeda, por su parte, plantea el escenario de un cambio atorado. Su tesis es que los mexicanos queremos el cambio pero que, ante la eventualidad de una ausencia de mayoría en la Cámara de Diputados, habrá que desatorarlo mediante un gobierno de coalición PAN-PRI.

Castañeda piensa que el atorón del cambio es institucional y que el problema se resolverá ya sea conformando una coalición partidista, o bien, celebrando el tantas veces invocado, pero nunca cumplido, pacto de transición democrática.

Ciertamente uno de los problemas del cambio es el atorón institucional con motivo del llamado gobierno “dividido”, lo que impide que el Presidente cuente con una mayoría legislativa que le permita poner en práctica su proyecto de gobierno.

Sin embargo, a muchos de los electores les pasa por desapercibido el problema institucional, y creen que el problema radica en la ausencia de un claro liderazgo presidencial que permita a los partidos trabajar de común acuerdo.

La tesis de Castañeda a favor de un gobierno de coalición con el PRI no resuelve necesariamente el problema del atorón del cambio, ya que desplaza el problema sobre la conformación de una mayoría legislativa, al debate sobre la integración de un programa común de gobierno. ¿Incluirá éste la reforma fiscal tal como la presentó Fox en el 2001, la apertura del sector eléctrico al capital privado, o la aprobación de la Ley Abascal del trabajo?

Otro de los escenarios en torno al futuro del cambio es el de su agotamiento ante la eventualidad de una mayoría opositora que se niegue a formar un gobierno de coalición. La elección de una mayoría priísta en la Cámara de Diputados consolidaría la situación de un gobierno “dividido” –que se prolongaría ya por nueve años consecutivos- sin posibilidades de acuerdo sobre las reformas estructurales que México necesita para seguir adelante.

Después de haber operado a favor del cambio y de Fox el 2 de julio del 2000, el realineamiento electoral habría jugado una especie de efecto rebote en favor del PRI, escenario que pondría en serios aprietos la supervivencia del proyecto de cambio foxista. El ciclo electoral del cambio, cuyo origen se remonta a 1997, habría llegado a su fin, para dar comienzo a un difícil periodo de cohabitation a la mexicana.

El problema para México es que ante la eventualidad de que el cambio foxista termine de manera prematura, tanto por el desencanto de los electores como por la situación del gobierno dividido, no exista, aún, una visión alternativa de cambio. Lo más lamentable es que la ausencia de un proyecto viable de cambio pone en riesgo de descarrilamiento a nuestra incipiente transición democrática.