domingo, 16 de marzo de 2003

¿Primer Ministro mexicano?

A raíz de la intervención quirúrgica del Presidente Fox ha vuelto a surgir la polémica sobre la necesidad de cambiar nuestra forma de gobierno.

El reconocido jurista Ignacio Burgoa sostuvo que Fox debió de haber pedido licencia al Congreso para que se designara a un Presidente interino. Otros consideraron que Fox no tenía facultades para nombrar al Secretario de Gobernación, Santiago Creel, como encargado de facto de la agenda nacional. Algunos diputados federales alzaron la voz para proponer que ya es tiempo que se introduzca en nuestro país la figura del "jefe de gabinete" o "jefe de Gobierno" para que éste supla la incapacidad o ausencia temporal del Presidente.

El debate que se ha suscitado con motivo de la operación de columna del Presidente tiene por lo menos dos aristas:


Evitar la alternancia sin elección


En primer lugar está el problema de la suplencia del Presidente en caso de ausencia temporal o definitiva.

La Constitución mexicana en vigor proscribió la figura del Vicepresidente y, en cambio, otorgó al Congreso la facultad de nombrar a un Presidente interino y convocar a elecciones extraordinarias si la ausencia ocurre durante los primeros dos años de gobierno. Si la ausencia se produce en los últimos cuatro años de gobierno, el Congreso nombra a un Presidente sustituto para que termine el mandato.

El mecanismo contemplado por nuestra Constitución para suplir la falta del Presidente parece funcionar en los casos en que la mayoría política en el Congreso coincida con la mayoría presidencial.

Pero, ¿qué sucede, como en la actualidad, cuando el partido del Presidente no tiene mayoría, lo que se conoce como una situación de gobierno dividido?

Bajo este escenario pudiera darse el caso extremo de que el Congreso designe a un Presidente interino o sustituto de un partido contrario al del Presidente. Sin necesidad de tener que consultar a los electores, los legisladores tendrían la facultad de cambiar al partido en el poder. La alternancia en el Gobierno se daría sin que existiera una elección de por medio.

Las soluciones a este inconveniente pueden ser de varios tipos. Por un lado, que se reintroduzca la figura del Vicepresidente; por el otro, como propuso el PAN, que en caso de gobierno dividido, se obligue al Congreso a designar a un Presidente interino o sustituto del mismo partido que el Presidente que fallece o se ausenta.

La solución que me parece más democrática sería dejar que los electores decidan y que el Congreso se limite a convocar a elecciones extraordinarias sin importar en qué momento ocurra la ausencia presidencial.


Asegurar la gobernabilidad


La segunda vertiente del debate tiene que ver con la necesidad de hacer más eficiente nuestra forma de gobierno.

El presidencialismo funcionó porque a lo largo de la mayor parte del Siglo 20 el partido del Presidente controló el Congreso. El problema surge con motivo de las elecciones de 1997 y del 2000, a raíz de las cuales la mayoría legislativa no coincide con la mayoría presidencial.
De cara a las elecciones del próximo 6 de julio, el Presidente está obligado a ganar la mayoría en la Cámara de Diputados si quiere que el sistema presidencial vuelva a funcionar.

¿Qué sucedería si el partido del Presidente no logra ganar la mayoría de la Cámara de Diputados? México entraría en una peligrosa ruta hacia el estancamiento.

Para resolverla, el Presidente tendría que echar mano de una serie de recursos metaconstitucionales como conformar una mayoría legislativa mediante un gobierno de coalición, o convocar, por enésima ocasión, a la clase política a firmar la versión mexicana del "pacto de la Moncloa" a fin de modificar la Constitución y consolidar nuestra incipiente democracia.

Aquí es donde se inscribe la propuesta de avanzar hacia un régimen semipresidencial mediante la introducción de la figura del jefe de gabinete o jefe de Gobierno. Este haría las veces de un Primer Ministro, y sería nombrado por el Presidente con una duración de tres años de acuerdo a la mayoría que prevalezca en la Cámara de Diputados.

Si la mayoría de la Cámara de Diputados coincide con la mayoría presidencial, el jefe de gabinete sería nombrado de entre un miembro del partido político del Presidente. Cuando la mayoría de la Cámara de Diputados sea opuesta a la mayoría presidencial, el Presidente tendría la posibilidad de nombrar a un jefe de gabinete del partido opositor, una especie de "cohabitación" a la mexicana.

Si ningún partido tiene la mayoría, como es el caso en la actualidad, el Presidente haría un llamado a los partidos representados en la Cámara de Diputados para conformar un gobierno de coalición. El jefe de gabinete propuesto por el Presidente tendría como misión respaldar los acuerdos que garanticen la buena marcha del País.

Con la introducción del jefe de gabinete nuestra forma de gobierno funcionaría de acuerdo a dos modalidades: presidencial, cuando el partido del Presidente tenga la mayoría del Congreso; o semipresidencial, con un activo papel del jefe de gobierno, en caso de un gobierno dividido.

La figura del jefe de gabinete introduciría en nuestro sistema presidencial un mecanismo institucional para que nuestra clase política alcance los acuerdos necesarios que aseguren la gobernabilidad del País. Un jefe de gabinete liberaría la agenda presidencial del trabajo operativo, permitiendo que el Presidente se enfoque en los asuntos estratégicos.

(Este artículo apareció publicado en el periódico El Norte -16-03-03)

lunes, 3 de marzo de 2003

Otro referéndum al viejo PRI

Ya parece un lugar común escuchar a asesores estadounidenses y latinoamericanos quejarse del bajo nivel de nuestro marketing político.

La explicación más sencilla a este subdesarrollo mercadológico se encuentra en el pluralismo político limitado que dominó la escena electoral durante el régimen autoritario.

Las primera contienda realmente competida a nivel nacional fue la elección federal del 97, año en el que, gracias a las reformas electorales del 96, los partidos de oposición dispusieron de recursos suficientes para tener acceso a los medios de comunicación.

Bajo la supervisión de Carlos Castillo Peraza, el PAN realizó en el 97, una de las mejoras campañas de las que se tengan memoria en México. La campaña a favor del cambio caricaturizó, bajo el estilo neorrealista de “Z Producciones”, el universo autoritario del PRI con comerciales en blanco y negro de un minuto de duración.

La mayoría de los comerciales de esta serie son memorables, como el de los reclusos que se rebelan en contra de sus carceleros por no haberles servido; el de los diputados que levantan el dedo al son de los balidos de las ovejas; el del partido de fútbol en el que los ciudadanos pierden contra las chapuzas de los mismos de siempre; o aquel del discurso populista que prometía una vida digna a los habitantes de las zonas marginadas.

Mientras esto sucedía con la publicidad del PAN, el PRI se olvidó de la crisis económica y la inconformidad manifiesta de los ciudadanos, y puso en marcha una campaña optimista y armoniosa, en el más puro estilo de “Good Morning America” de Ronald Reagan, bajo el lema “Porque México eres tú, México es primero”.

La campaña a favor del cambio, aunado al error en el mensaje de la campaña del PRI, capitalizó el descontento de los electores como consecuencia de la crisis económica del 94-95 y produjo que el PRI perdiera, por primera vez en su historia, la mayoría de la Cámara de Diputados.

La campaña presidencial de la Alianza por el Cambio en el 2000 tuvo éxito porque logra personalizar el mensaje de cambio en el liderazgo y en la figura de Vicente Fox.

Se equivoca James Carville -el gurú que llevó al triunfo a Clinton en el 92-, cuando declara que el error de Labastida fue haber abandonado el mensaje del nuevo PRI. El error radicó, justamente, en la estrategia de campaña temática que le diseñó el mismo Carville prometiendo “inglés y computación en las escuelas, y médicos para las mujeres embarazadas”, mensajes que no fueron relevantes frente a la campaña de Fox que planteaba un solo gran tema: ¡Sacar al PRI de Los Pinos!

A Carville se le olvidó que, más allá de las propuestas temáticas, o de la oferta de un nuevo PRI, los electores votan por estilos de liderazgo, y, en este sentido, el liderazgo de Fox (el hombre Marlboro), se impuso frente al liderazgo burocrático y gris de Labastida (“me has dicho mariquita, me dijiste mandilón…”).

Un punto interesante a destacar es que el enfoque del marketing sudamericano que impulsaron Jorge G. Castañeda y Adolfo Aguilar Zínser para la campaña de Fox, con base en el referéndum de Chile del 88 y en la campaña argentina de De la Rúa del 99, fue más efectivo que el enfoque temático que aplicaron los asesores estadounidenses James Carville y Stanley Greenberg para Labastida.

Así las cosas, todo indicaba que con la desaparición del viejo régimen, el marketing político mexicano estaría libre de ataduras y daría, por fin, nacimiento a campañas y mensajes que se enfocaran a atender las verdaderas necesidades de los electores.

Pero al parecer, según las campañas locales más recientes (2001-2002), y el inicio de las campañas nacionales rumbo al 6 de julio del 2003, seguimos atrapados entre los paradigmas publicitarios del viejo régimen y el atorón de la transición hacia uno nuevo.

El PAN ha decidido mantener la estrategia publicitaria del 2000, y hacer de las próximas elecciones federales otro referéndum al viejo PRI. Para este fin ha emprendido una cruzada bajo el lema “ayúdanos a quitarle el freno al cambio”.

El riesgo de este enfoque es pensar que se puede repetir la misma estrategia y la misma lógica de voto en dos elecciones de naturaleza y dimensiones diferentes, cuando los electores ya dieron por descontado el voto de castigo en contra del PRI, y ahora esperan del cambio un mensaje diferente.

El mensaje nacional que echó a andar para estos comicios el PRI, trata de recordarle a la población que, al menos con él, a pesar de la corrupción y de todos los demás excesos del autoritarismo, se vivía mejor porque “el PRI sí tiene experiencia para gobernar”.

La limitante de esta estrategia, como escribió Jacques Séguéla, es que los electores siempre votan por el futuro, nunca por regresar al pasado. Bajo esta lógica, al emprender la defensa del autoritarismo, la campaña del PRI cae en la trampa de la polarización a favor del cambio.

¿Dónde está la visión alternativa del PRI al proyecto de cambio foxista? ¿Dónde los beneficios para los electores?

Al no haber una propuesta y un mensaje claros de futuro, y al no existir una conexión emocional de la clase política -tanto del PAN como del PRI-, con las verdaderas necesidades de los electores, las campañas políticas en el post-autoritarismo están cayendo en una peligrosa dosis de negatividad.

En algunas elecciones municipales he llegado a contar una proporción hasta de un ochenta por ciento de comerciales negativos frente a veinte por ciento de positivos, cifra muy por encima de la relación 50/50 que identificó Shanto Iyengar en California, estado campeón de las campañas negativas. La dosis de negatividad de las campañas mexicanas está más propensa a la patología que a la normalidad.

Tendremos que esperar a que se desatore el atorón mexicano y a que se resuelva la falta de consenso de las élites en torno a la visión del país que queremos, para que se resuelva, también, la crisis de nuestro marketing político.

Lograrlo supone superar la nostalgia por el pasado priísta y la ilusión en torno a un cambio providencial que nunca llegará. Entonces encontraremos la verdadera sintonía emocional con los electores.