viernes, 19 de diciembre de 2003

It's Democracy, Stupid!

El 2002 será recordado como el año en que el PAN perdió la enorme ventaja electoral que mantenía sobre el PRI.

¿Qué fue lo que sucedió para que se invirtieran las tendencias electorales, y para que el PAN pasará de estar veinte puntos arriba del PRI, en diciembre del 2001, a veinte puntos abajo, casi un año después?

Algunos analistas han querido encontrar la respuesta en factores externos a los partidos políticos, como el deterioro de la situación económica en el Estado, los errores del gobierno de Canales, que en este año no pasó, hay que decirlo, por su mejor momento, las ejecuciones con motivo del narcotráfico, el, para algunos, “elevado gasto de las precampañas del PRI”, la pérdida de popularidad de Fox, la desilusión por el “cambio”, y el llamado “efecto convención”, entre otros.

Sin embargo, yo quisiera llamar la atención sobre un elemento de explicación, interno a los partidos políticos, hasta ahora, poco destacado: mientras que el PAN diseñó una estrategia de precampaña equivocada, y cometió errores que lo han llevado a su nivel más bajo de popularidad en los últimos años, la ausencia de una estrategia definida de precampaña, en el caso del PRI, permitió que se diera la contienda interna más competida de toda su historia.

El error de origen del PAN, fue haber subestimado la capacidad de recuperación de un PRI que, hace un año, se encontraba desarticulado, en su piso más bajo en la intención del voto, sin recursos, y sin muchas perspectivas para ganar la elección de Gobernador del 2003.

En base a lo anterior se diseñó una estrategia para “ganar en el arranque” y mantener su superioridad organizando la precampaña electoral más larga en la historia de Nuevo León, con una duración de diez meses, más extensa, aún, que la campaña constitucional para Gobernador, que tiene una duración de cuatro meses y medio.

La estrategia de “ganar en el arranque” no es mala en sí misma. Le funcionó a Fox, quien comenzó su precampaña presidencial dos años antes de la elección, y le ha funcionado a muchos otros candidatos. Pero en este caso, la estrategia se vio nulificada por unas “reglas del juego” -el reglamento de precampaña -, que se convirtieron en una “camisa de fuerza” para los precandidatos panistas.

Para comenzar, se fijó un tope de gastos de precampaña muy bajo para las dimensiones de un esfuerzo de esta magnitud. Esto dio como resultado que ninguno de sus precandidatos utilizara los medios electrónicos de comunicación para hacer proselitismo, sino hasta un par de meses antes del diez de noviembre.

Enseguida, les hizo firmar un “pacto de unidad” que les impedía atacarse entre ellos mismos, y criticar a los gobiernos de Canales y Fox. Esto dio como resultado que la precampaña adquiriera un perfil de “baja competitividad”, y que ofreciera a los electores un espectáculo de poca relevancia por sus propuestas, y por su nivel de reconocimiento a los problemas de la población.

Otro factor que influyó en la naturaleza de la elección panista, es su colegio electoral, conformado por alrededor de 8 mil electores, lo que obligó a sus precandidatos a diseñar estrategias enfocadas a un electorado cautivo, y desatender, con ello, al resto de la población no militante.

Mientras esto sucedía en el PAN, Natividad Gonzlález Parás, en solitario, organizó un desayuno en febrero para anunciar “su deseo de participar” en la “contienda interna del PRI”, en esos momentos todavía “inexistente”. Y a partir de marzo, abril y mayo, dio inicio a una campaña televisiva informando a la población sobre sus logros como Senador. En un acto de “guerrilla marketing”, Natividad irrumpió en la fiesta panista.

El PRI no presentó su reglamento de precampaña sino hasta agosto, para fijar las bases de una elección primaria, abierta a todos los ciudadanos, que se llevaría a cabo durante dos meses. La diferencia con el PAN, es que la precampaña del PRI se organizó sin que existiera un objetivo claro, ni profundas investigaciones de por medio. El resultado sorprendió a muchos, comenzando por los propios priístas, ya que la precampaña alcanzó un nivel de “competitividad” nunca antes conocido en Nuevo León.

Con esto quiero apuntar que el éxito de la precampaña del PRI se debió, en gran parte, y por más paradójico que esto pudiera parecer, a la ausencia de una estrategia clara, a reglas del juego definidas tardíamente y negociadas sobre la marcha, lo que motivó que la acción circunstancial de todos los precandidatos creara un efecto de “sinergia” que puso a funcionar a las diferentes piezas del rompecabezas priísta . En la contienda interna del PRI funcionó lo que G. Sartori llama “la autonomía de los subsistemas”, factor indispensable para que opere una Democracia.

Esto me lleva a proponer que la ventaja que ahora mantiene el PRI sobre el PAN, se debe, en gran parte, a que al PAN, como partido en el gobierno, le afectó , en los hechos, el modelo de estructura centralizado, cerrado a los ciudadanos no militantes, poco inclinado a aceptar las críticas a su desempeño, y renuente a permitir los debates realmente abiertos entre sus precandidatos.

La elección para candidato a gobernador del PRI, por el contrario, fue, por primera vez, descentralizada en su organización, con autonomía de sus actores, ligera en estructura, crítica de los errores del gobierno en turno, y cercana a los problema de la población. El conjunto de todos estos factores dio como resultado que el PRI convocara a las urnas a 350 mil ciudadanos, y viviera, el 17 de noviembre, la experiencia de su “primavera democrática”.

¡Los papeles se invirtieron!. Y esto obliga a que en el diseño de sus estrategias rumbo al 6 de julio del 2003, así como de futuras elecciones, tanto el PAN como el PRI, estén obligados a revisar con detenimiento lo acontecido en el 2002.