viernes, 19 de diciembre de 2003

It's Democracy, Stupid!

El 2002 será recordado como el año en que el PAN perdió la enorme ventaja electoral que mantenía sobre el PRI.

¿Qué fue lo que sucedió para que se invirtieran las tendencias electorales, y para que el PAN pasará de estar veinte puntos arriba del PRI, en diciembre del 2001, a veinte puntos abajo, casi un año después?

Algunos analistas han querido encontrar la respuesta en factores externos a los partidos políticos, como el deterioro de la situación económica en el Estado, los errores del gobierno de Canales, que en este año no pasó, hay que decirlo, por su mejor momento, las ejecuciones con motivo del narcotráfico, el, para algunos, “elevado gasto de las precampañas del PRI”, la pérdida de popularidad de Fox, la desilusión por el “cambio”, y el llamado “efecto convención”, entre otros.

Sin embargo, yo quisiera llamar la atención sobre un elemento de explicación, interno a los partidos políticos, hasta ahora, poco destacado: mientras que el PAN diseñó una estrategia de precampaña equivocada, y cometió errores que lo han llevado a su nivel más bajo de popularidad en los últimos años, la ausencia de una estrategia definida de precampaña, en el caso del PRI, permitió que se diera la contienda interna más competida de toda su historia.

El error de origen del PAN, fue haber subestimado la capacidad de recuperación de un PRI que, hace un año, se encontraba desarticulado, en su piso más bajo en la intención del voto, sin recursos, y sin muchas perspectivas para ganar la elección de Gobernador del 2003.

En base a lo anterior se diseñó una estrategia para “ganar en el arranque” y mantener su superioridad organizando la precampaña electoral más larga en la historia de Nuevo León, con una duración de diez meses, más extensa, aún, que la campaña constitucional para Gobernador, que tiene una duración de cuatro meses y medio.

La estrategia de “ganar en el arranque” no es mala en sí misma. Le funcionó a Fox, quien comenzó su precampaña presidencial dos años antes de la elección, y le ha funcionado a muchos otros candidatos. Pero en este caso, la estrategia se vio nulificada por unas “reglas del juego” -el reglamento de precampaña -, que se convirtieron en una “camisa de fuerza” para los precandidatos panistas.

Para comenzar, se fijó un tope de gastos de precampaña muy bajo para las dimensiones de un esfuerzo de esta magnitud. Esto dio como resultado que ninguno de sus precandidatos utilizara los medios electrónicos de comunicación para hacer proselitismo, sino hasta un par de meses antes del diez de noviembre.

Enseguida, les hizo firmar un “pacto de unidad” que les impedía atacarse entre ellos mismos, y criticar a los gobiernos de Canales y Fox. Esto dio como resultado que la precampaña adquiriera un perfil de “baja competitividad”, y que ofreciera a los electores un espectáculo de poca relevancia por sus propuestas, y por su nivel de reconocimiento a los problemas de la población.

Otro factor que influyó en la naturaleza de la elección panista, es su colegio electoral, conformado por alrededor de 8 mil electores, lo que obligó a sus precandidatos a diseñar estrategias enfocadas a un electorado cautivo, y desatender, con ello, al resto de la población no militante.

Mientras esto sucedía en el PAN, Natividad Gonzlález Parás, en solitario, organizó un desayuno en febrero para anunciar “su deseo de participar” en la “contienda interna del PRI”, en esos momentos todavía “inexistente”. Y a partir de marzo, abril y mayo, dio inicio a una campaña televisiva informando a la población sobre sus logros como Senador. En un acto de “guerrilla marketing”, Natividad irrumpió en la fiesta panista.

El PRI no presentó su reglamento de precampaña sino hasta agosto, para fijar las bases de una elección primaria, abierta a todos los ciudadanos, que se llevaría a cabo durante dos meses. La diferencia con el PAN, es que la precampaña del PRI se organizó sin que existiera un objetivo claro, ni profundas investigaciones de por medio. El resultado sorprendió a muchos, comenzando por los propios priístas, ya que la precampaña alcanzó un nivel de “competitividad” nunca antes conocido en Nuevo León.

Con esto quiero apuntar que el éxito de la precampaña del PRI se debió, en gran parte, y por más paradójico que esto pudiera parecer, a la ausencia de una estrategia clara, a reglas del juego definidas tardíamente y negociadas sobre la marcha, lo que motivó que la acción circunstancial de todos los precandidatos creara un efecto de “sinergia” que puso a funcionar a las diferentes piezas del rompecabezas priísta . En la contienda interna del PRI funcionó lo que G. Sartori llama “la autonomía de los subsistemas”, factor indispensable para que opere una Democracia.

Esto me lleva a proponer que la ventaja que ahora mantiene el PRI sobre el PAN, se debe, en gran parte, a que al PAN, como partido en el gobierno, le afectó , en los hechos, el modelo de estructura centralizado, cerrado a los ciudadanos no militantes, poco inclinado a aceptar las críticas a su desempeño, y renuente a permitir los debates realmente abiertos entre sus precandidatos.

La elección para candidato a gobernador del PRI, por el contrario, fue, por primera vez, descentralizada en su organización, con autonomía de sus actores, ligera en estructura, crítica de los errores del gobierno en turno, y cercana a los problema de la población. El conjunto de todos estos factores dio como resultado que el PRI convocara a las urnas a 350 mil ciudadanos, y viviera, el 17 de noviembre, la experiencia de su “primavera democrática”.

¡Los papeles se invirtieron!. Y esto obliga a que en el diseño de sus estrategias rumbo al 6 de julio del 2003, así como de futuras elecciones, tanto el PAN como el PRI, estén obligados a revisar con detenimiento lo acontecido en el 2002.

domingo, 12 de octubre de 2003

Nuevo gabinete: ¿El ganador se lleva todo?


El gabinete de Natividad González Parás está integrado por políticos con una larga trayectoria en el PRI, técnicos especialistas en sus áreas y ciudadanos no militantes en los partidos políticos.


En el primer círculo, el de políticos con experiencia, tenemos a figuras como Abel Guerra, Eloy Cantú, Romeo Flores Caballero, Napoleón Cantú, Rogelio Cerda, Ildelfonso Guajardo, Mario Guerrero, Lombardo Guajardo y María Elena Chapa, entre otros.


En el círculo de los funcionarios técnicos podemos ubicar a personalidades como el Secretario de Finanzas, Rubén Martínez Dondé, que es un financiero con trayectoria en los grupos empresariales de Monterrey; la Secretaria de Educación, Yolanda Blanco, una maestra normalista de toda la vida; el Secretario de Seguridad, Gral. Domingo Rodríguez Garrido, un militar de carrera; el Secretario de Salud, Dr. Gilberto Montiel, un médico cardiólogo, y la Contralora del Gobierno, Nora Livas, una funcionaria de carrera.


En la integración del círculo de los ciudadanos, el Gobernador utilizó la figura de los organismos descentralizados para incorporar a la estructura de gobierno a reconocidas personalidades de la comunidad académica, empresarial o deportiva, como Alejandra Rangel, Othón Ruiz, Guillermo Zambrano Lozano, Carlos Maldonado Quiroga, Melody Falcó, Alicia Guajardo y Alfonso Rangel Guerra, entre otros.


El gabinete no incluye, por lo menos en la primera línea, a figuras militantes del PAN, o a otras figuras de la Oposición.


¿Pluralidad o eficiencia?

Sin embargo, las críticas expresadas en torno a la falta de pluralidad del equipo del Gobernador de Nuevo León no tienen mucho sentido.


Recordemos que el triunfo de Natividad sobre Mauricio Fernández fue por una abrumadora mayoría (57 por ciento vs. 34 por ciento), lo cual deja al Gobernador en entera libertad de nombrar a un gabinete sin recurrir a los compromisos partidistas con la Oposición.


Natividad fue candidato de una "Alianza Ciudadana", y en ese sentido su compromiso está de lado de los ciudadanos y de los partidos que conformaron la coalición que lo llevó al poder.


En los sistemas presidenciales, a diferencia de los parlamentarios, el Ejecutivo no está obligado a conformar gabinetes de coalición, aun a pesar de que su triunfo haya sido por mayoría relativa, como fue el caso de Vicente Fox, quien llegó a la Presidencia de la República con el 42 por ciento de los votos, y no convocó a las fuerzas opositoras a participar en un gobierno de coalición.


En los sistemas presidenciales y de mayoría funciona el principio -querámoslo o no- "el que gana se lo lleva todo", y esto deja al gobernante en libertad de elegir a su equipo de trabajo. El espacio concebido para reflejar la pluralidad social y partidista es en el seno del Poder Legislativo, y no al interior del gabinete del Ejecutivo.


Además, para los electores el debate no está tanto en discutir la "pluralidad" o la "homogeneidad" de un equipo de gobierno, sino, ante todo, sus resultados.


De nada sirve que un gobierno sea plural si su trabajo no se ve reflejado en beneficios tangibles para la población. Esta es, de hecho, una de las razones por la que los electores castigaron al gobierno de Vicente Fox en las pasadas elecciones legislativas.


Una encuesta de Consulta Mitofski, levantada en septiembre de este año, muestra que entre las causas que provocaron la decepción frente al gobierno de Fox, está la "inexperiencia" y la "incapacidad para gobernar". Los mismos argumentos estuvieron presentes en la evaluación de la administración panista de Nuevo León en las pasadas elecciones para Gobernador, que fue juzgada por su ausencia de resultados, su inexperiencia, incapacidad e insensibilidad hacia los grupos más desprotegidos.


A diferencia de 1997, cuando se eligió a Canales como Gobernador, en el 2003, el perfil empresarial dejó de ser paradigma de capacidad gerencial en el Gobierno. Por el contrario, éste se convirtió en sinónimo de alejamiento, voracidad recaudatoria y falta de capacidad para manejar los asuntos públicos.


El reto: combinar la eficiencia con la honestidad

Gran parte del éxito de la campaña de Natividad para Gobernador fue el haber contrastado su perfil político y su cercanía con los grupos vulnerables de la población, frente al perfil empresarial y la lejanía mostrados por Mauricio Fernández.


Las recuperación electoral del PRI en las pasadas elecciones marca el regreso de los políticos al poder, pero eso conlleva también, ante los ojos de la opinión pública, el riesgo inherente de la restauración del viejo régimen, con las prácticas y los vicios que los electores reprobaron hace seis años.


El reto que enfrentan el nuevo Gobernador de Nuevo León y su equipo de trabajo está en combinar la experiencia en la conducción de la gestión de los asuntos públicos que le da su círculo político de colaboradores, con la eficiencia y la participación social que le aseguran sus círculos de colaboradores técnicos y ciudadanos.


El reto es conformar un gobierno de resultados, que combine la experiencia y la eficiencia administrativa con la cercanía y la honestidad.


La combinación de los círculos políticos, técnicos y ciudadanos en un mismo equipo, es un experimento interesante, que puede marcar una nueva vía hacia modelos de gestión pública más eficientes, sin que por ello se descuide la sensibilidad social y la honestidad.


¡El reto está en construir un nuevo modelo de gestión hacia el futuro, no en regresar al pasado!

(Este artículo se publicó en el periódico El Norte el 12-10-03)

sábado, 23 de agosto de 2003

Nati y el reto de la sintonía ciudadana

Ya como Gobernador, el reto de Nati es que la estrategia del nuevo gobierno cumpla con las expectativas de los electores que le dieron el triunfo.

Por no haberse detenido a analizar los factores clave de su victoria en 1997, Canales perdió la conexión emocional con los electores que hicieron el "swing" a favor del cambio, y que, grosso modo, eran electores de la clase media baja con expectativas de mejorar sus empleos, residentes de las colonias populares de Guadalupe, Monterrey y los municipios de la zona citrícola.

La estrategia de gobierno de Canales estuvo más enfocada a satisfacer la doctrina y valores de los electores duros del PAN, que las necesidades materiales de sus electores volátiles.


Un voto a favor de lo social

Es claro que en el voto a favor de la Alianza Ciudadana hay una dosis de voto de castigo en contra del desempeño del Gobierno de Canales. Una encuesta telefónica de EL NORTE del 11 de julio, muestra que, en el voto a favor de la Alianza Ciudadana, "la decepción por el PAN" (69 por ciento) fue más importante que "la confianza en el PRI" (23 por ciento). Sin embargo, este dato oculta, en realidad, las verdaderas razones que movieron a los electores a votar por Nati.

Una encuesta levantada por BCG en abril, muestra que en la lógica de voto el tema social prevaleció por encima del tema moral. Por primera vez desde 1997, los encuestados no identificaron al PAN con el "cambio" (38 vs. 57 por ciento), ni lo consideraron "cercano a la gente" (38 vs. 55 por ciento). Al PRI, por el contrario, lo relacionaron con un "gobierno con sentido social" (62 Vs. 29 por ciento).

En cuanto a la lógica de voto a favor de Nati, el 51 por ciento de los encuestados respondió que lo harían por "su plan de desarrollo social para ayudar a los grupos vulnerables"; 15 por ciento por "su experiencia y capacidad para gobernar"; 14 por ciento por "su visión para combatir los principales problemas del Estado"; y 12 por ciento porque "es amable, sencillo, y cercano a al gente".

En el caso de Mauricio, el 26 por ciento de los encuestados no mencionó razón alguna para votar por él; el 22 por ciento lo haría "porque su éxito como empresario garantizaría que sería un buen Gobernador"; otro 22 por ciento "porque tendría el apoyo de Fox"; 14 por ciento "porque tiene carácter, por lo cual no se dejaría manejar"; y 12 por ciento porque "representa un cambio", 28 por ciento de los que no votarían por Mauricio invocó su "carácter prepotente".

Estos datos nos arrojan las siguientes conclusiones:

1. En el 2003, el PAN pierde su posicionamiento en el tema representado por el binomio cambio/economía.
2. El PRI (Alianza Ciudadana), por su parte, recupera su ventaja en el tema de la "sensibilidad social".
3. Los electores que votaron por Nati, lo hicieron motivados por una lógica muy clara de voto: sus propuestas a favor de los grupos vulnerables.
4. Mauricio no logró comunicar a los electores las razones para votar por él. Su campaña, a diferencia de la de Nati, fue más de imagen que de propuestas, más táctica que estratégica.
5. En la elección del 2003 prevalecieron los temas social y cercanía, frente a cambio y empleo, que dominaron en 1997.


La inseguridad como telón de fondo

Una vez establecida la lógica de voto que prevaleció el 6 de julio, es necesario comentar un hecho a todas luces paradójico. La totalidad de las encuestas preelectorales marcaban a la "inseguridad" como la principal preocupación de los ciudadanos. Y, sin embargo, el mensaje de Nati se orientó hacia al tema social.
Este dato curioso -que demuestra que el diseño de la estrategia no se hizo "by the book"- merece dos comentarios:

1. Si bien el tema de la inseguridad no se manejó como elemento integral del mensaje de campaña, sí formó parte de la estrategia de referéndum al desempeño del gobierno de Canales: ¡La inseguridad no le dio el triunfo a Nati, pero sí le quitó votos al PAN!

2. El siguiente aspecto es la congruencia entre el diseño del mensaje y los atributos del candidato. El mensaje de Nati a favor de las propuestas sociales fue totalmente congruente con sus fortalezas de cercanía y sensibilidad social. Mauricio, por su parte, cayó en contradicción al querer subsanar su más clara debilidad -la lejanía- con un mensaje de cercanía que no corresponde a sus atributos más visibles. De ahí que su lema "Mauricio está con la gente" careciera de la credibilidad suficiente para ganar.

Lo anterior nos sugiere que otro de los objetivos prioritarios en la estrategia de gobierno de Nati es el tema del combate a la inseguridad. Si bien esta preocupación no se incorporó explícitamente al mensaje de campaña, sí estuvo presente como una especie de telón de fondo del tema social.

El mandato que se desprende de las elecciones es que el nuevo gobierno debe focalizar su atención en dos objetivos prioritarios: la propuesta social y el combate a la inseguridad, todo esto enmarcado en un estilo de gobierno cercano y con sensibilidad social. En la campaña permanente por mantener la sintonía ciudadana, el reto de Nati consiste en diseñar una estrategia de gobierno enfocada en dar respuesta a las expectativas expresadas por los electores el pasado 6 de julio.

La clave del éxito del próximo gobierno es mantener la sintonía emocional con los electores que lo llevaron al triunfo. Como señaló en una entrevista reciente Dick Morris, en el objetivo de permanecer sintonizado con los electores "la campaña nunca termina y el gobierno nunca empieza. Un político que se posiciona y no sigue en campaña, corre muy rápido el riesgo de perder el poder".

(Este artículo se publicó en el periódico El Norte el 23-08-03)

sábado, 19 de julio de 2003

La derrota de Mauricio

De todas las explicaciones mencionadas en la derrota del PAN del 6 de julio, la que más retiene la atención de los panistas es el método de elección de candidato puesto en marcha en el 2002. Haber optado por una elección cerrada, que se desarrolló entre 8 mil militantes, frente a la elección abierta del PRI, que convocó a 350 mil electores, parece ser un argumento suficiente para explicar su derrota.

Sin embargo, a pesar de lo atractivo del argumento, hay que tomar en cuenta que si el factor "elecciones primarias" fuese determinante en el resultado de la elección, Labastida (elección abierta) no hubiese perdido frente a Fox (elección cerrada) en las elecciones del 2000.

Propongo ampliar la perspectiva y ubicar el análisis de la elección del 2003 dentro de las secuelas de la crisis económica de 1995, determinante también en el resultado de las elecciones de 1997 y del 2000.


¡Sigue siendo la economía!


En las elecciones intermedias de 1997, el gobierno de Zedillo y el PRI fueron duramente castigados a causa de los estragos de la crisis económica. En tres años de gobierno de Zedillo, el PRI perdió cinco y medio millones de electores, su peor debacle electoral y antesala de la derrota presidencial del 2000.

Ese mismo año, Canales llegó a la Gubernatura de Nuevo León con 655 mil votos y la promesa de generar un "cambio". El mensaje de Canales fue "crear más y mejores empleos". Su perfil empresarial motivó a los electores a considerar que "si creó empleos como empresario, los crearía también como gobernador".

Los mexicanos que votaron por el "cambio" en el 2000 lo hicieron bajo los efectos de la crisis en sus economías familiares y con la expectativa de que "sacar al PRI de Los Pinos" era una condición para que el País ingresara de lleno al Siglo 21 y creciera al 7 por ciento anual, como lo prometió Fox.

Tres años después, la caída de Fox en las elecciones intermedias es más estrepitosa que la de Zedillo en el 97, ya que con 7 millones 800 mil votos, el PAN perdió a la mitad de sus electores.
Una encuesta de Mitofsky levantada en Nuevo León en septiembre del 2002 ponía de manifiesto que el 60.8 por ciento de los habitantes de la zona metropolitana de Monterrey estaba en desacuerdo con la forma de gobernar de Fox. El 58.9 por ciento consideró que su situación económica estaba "peor o igual" que un año atrás, frente al 38.8 por ciento que afirmó que su situación era "mejor o igual de bien".

La encuesta reveló que, a diferencia del 97, cuando funcionó el "efecto Canales", los electores ya no consideran el origen empresarial de los candidatos como sinónimo de buen desempeño gubernamental. Al preguntárseles sobre los atributos que debería tener el próximo gobernador, el 85.8 por ciento respondió: "Alguien con experiencia para gobernar". Tan sólo 10.2 por ciento se inclinó por "alguien con experiencia como empresario".


El efecto Mauricio


La elección interna del PAN no fracasó por el hecho de ser cerrada. Fracasó al postular a un candidato con un liderazgo y un perfil empresariales similares a los de Canales. La imagen que proyectó la precampaña de Mauricio con su lema "reservado para Mauricio", su mensaje de "cien años de panismo me respaldan" y su estilo "excéntrico" -en palabras de los electores- fueron razones para que los votantes juzgaran que la alternativa que les ofrecía el PAN para los próximos seis años era "más de lo mismo".

En la campaña constitucional, Mauricio quiso desmarcarse del "estilo Canales" con el lema "Mauricio está con la gente". Sin embargo, la ausencia de un verdadero contenido social en su propuesta evitó que su mensaje de cercanía rompiese con el estereotipo de la insensibilidad social.

Mauricio fue incapaz de restablecer la conexión emocional que el gobierno del PAN perdió con los electores. No tuvo una propuesta económica coherente; no supo deslindarse de los "agravios económicos" del gobierno en turno, como los sobrecobros en Agua y Drenaje, las obras faraónicas sin contenido social (el Puente Atirantado), o la intolerancia frente a los comerciantes ambulantes; no marcó una distancia -salvo al final en un spot de mea culpa- frente al alza de las tarifas eléctricas, tampoco dijo nada acerca del intento foxista de gravar con el 15 por ciento de IVA a los alimentos y medicinas.


El efecto Nati


Hay otros factores políticos que explican la debacle de Mauricio, como la ausencia de candidatos de peso en los municipios de la zona metropolitana de Monterrey; una estrategia de campaña zigzagueante que arrancó con un tema (la cercanía con la gente) y terminó con otro (la "dureza" de su carácter); sus declaraciones en torno a la legalización de la droga y al aumento de las cuotas en la UANL; la "guerra sucia"; y el colapso de su estructura de movilización electoral.

Pero todos estos factores no hicieron sino magnificar el factor decisivo: el fracaso de los gobiernos panistas para cumplir con las expectativas de cambio económico que en el 97 y en el 2000 los llevaron al poder.

La victoria de Nati tiene también un factor decisivo: el mensaje a favor de la recuperación de la economía familiar y un estilo de liderazgo opuesto al de Canales (el factor "Nati", o el "anti-Canales").

La lección que nos queda es que si los gobiernos y los candidatos quieren restablecer la conexión emocional con los ciudadanos, deben construir una alternativa de gobierno que atienda el deterioro de la economía doméstica.

(Este artículo se publicó en el periódico El Norte el 19-07-03)

miércoles, 23 de abril de 2003

Entender “el factor AMLO”

Apenas vamos a la mitad del camino del gobierno de Fox y ya ha empezado a hablarse de la “sucesión adelantada”, como si el adelanto de los tiempos electorales fuese uno de los efectos de la transición mexicana -la campaña permanente-, o de la ausencia de una agenda definida del nuevo gobierno.

Las especulaciones en torno a lo que los encuestólogos llaman la “carrera de caballos” ubican, hoy por hoy, al Jefe de Gobierno de la ciudad de México como el puntero en la carrera presidencial. Su posicionamiento como candidato presidencial para el 2006 trasciende el ámbito capitalino, a tal grado que ya se habla en todo el país del “factor López Obrador”. El presente ensayo es un intento por comprender y explicar los elementos clave de éxito de este posicionamiento tan vertiginoso como sorprendente.

1. Una nueva mayoría social. Siguiendo la tesis de Tony Schwartz (“La respuesta emocional”), la efectividad de los mensajes no radica en la respuesta a la pregunta ¿qué quiero decir?, sino en la capacidad de generar resonancia con las experiencias vitales tanto de los oyentes como de los videntes.

Es obvio que la efectividad de los mensajes de muchos políticos no genera sintonía con lo que la gente siente y piensa porque el punto de partida de la comunicación no es el discurso político: es entender lo que pasa por la mente de los ciudadanos.

Parafrasenado a Stanley Greenberg (“The New Majority”) podemos afirmar que hay datos suficientes, tanto en los resultados de las últimas elecciones federales como en algunas las encuestas estatales, para afirmar que existe una “nueva mayoría” de mexicanos que está sufriendo los efectos de la crisis económica –como consecuencia de “la década perdida” 1994-2004, según la definió Carlos Salinas- y que busca a través de su voto un cambio en sus economías familiares.

El cambio político en el 2000 no se tradujo en bienestar económico para la población, como quedó claro con el voto de castigo al PAN en el 2003 y los siete millones de electores que perdió Fox en tres años de gobierno. De ahí que siga latente la aspiración de cambio que mejore el nivel de vida de la gente.

La sintonía con los ciudadanos la están logrando aquellos políticos que han identificado a este nueva mayoría que quiere un giro de los gobiernos hacia lo social, que se ha estado manifestando en las elecciones después del 2000 y que será decisiva en el 2006.

2. Un nuevo estilo de liderazgo. Al final de cuentas los electores votan por estilos de liderazgo. En las elecciones del 2000, el estilo retador de Fox (“el hombre Marlboro”) se impuso sobre el estilo burocrático de Labastida (“el hombre del sistema”).

El estilo de López Obrador es una especie de anti-político que rompe con los estereotipos y paradigmas del tradicional político mexicano: Se levanta temprano. Todos los días da una rueda de prensa a las seis de la mañana. Se reduce el sueldo a algo simbólico para un político. Su lenguaje es coloquial, sin perder su acento y dichos tabasqueños. Y –last but not least- al trasladarse en un auto Tsuru, hizo a un lado la parafernalia de suburbans y guaruras que llegaron a representar la distopia y la imagen de impundiad del viejo régimen.

Fox llegó a posicionarse en la campaña presidencial como el anti-político, como el outsider cuya misión era “sacar al PRI de Los Pinos”. Sin embargo, su estilo muy pronto se desintonizó de los ciudadanos por sus lapsus y ocurrencias que lo hicieron caer en lo rídiculo y en la incompetencia (el saludo a los hijos antes que al Congreso durante su toma de posesión, el lapsus al citar a Jorge Luis Borges, el beso en el Vaticano, la llamada a Fidel Castro:”cenas y te vas”, etc., etc.)

3. Un gobierno con agenda. El manejo de la agenda de gobierno es quizás el elemento más importante en el posicionamiento de López Obrador y de su sintonía con la nueva mayoría social. Su mérito fue haberse enfocado en los temas relevantes. En primer lugar, haber fijado la agenda social como tema prioritario de su gobierno, mediante el otorgamiento, entre otras acciones, de pensiones al sector creciente de la tercera edad y a los jóvenes excluidos del sistema universitario mediante la construcción de preparatorias populares.

Si el lema de campaña de López Obrador en 2000 “por el bien de todos, primero los pobres” no le generó la suficiente resonancia con los electores, al grado que tuvo que cambiarlo a mitad de la contienda por el de “honestidad valiente”, ya en el gobierno, haber hecho de la atención a los pobres el tema principal de su agenda le generó buenos resultados, por lo menos en términos de opinión pública.

En segundo lugar, hizo de la seguridad pública otro de los temas centrales de su agenda de gobierno, y le dio significado a esta acción con un acontecimiento mediático como lo fue contratar al ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani y aplicar su programa “cero tolerancia”. Todavía es muy pronto para medir los efectos de las medidas tomadas en materia de seguridad, pero la percepción es que, al menos, está intentando darle un giro a un área en donde los gobiernos anteriores habían fracasado.

Finalmente, ha tenido la capacidad para ejecutar grandes proyectos urbanísticos
-como el distribuidor vial San Antonio, el rescate del Centro Histórico, y el segundo piso del periférico- que están revitalizando el espacio público de una ciudad que parecía condenada al caos.

4. Trascender la estructura partidista. La imagen del Jefe de Gobierno del Distrito Federal ha logrado posicionarse más allá de la imagen marca del PRD. De ahí que no se pueda concluir que el débil posicionamiento electoral del PRD a nivel nacional, sea un obstáculo a las aspiraciones presidenciales de López Obrador.

La estrategia electoral que siguió Vicente Fox en el 2000 es un buen ejemplo de cómo a través de los “amigos de Fox” y de la “Alianza por el Cambio” pudo elevar la votación panista que en 1997 era de 28% a 42% tres años después.

La base de este posicionamiento es la comunicación de sus logros en el gobierno de la capital del país, y no un discurso ideológico como lo pudo tener Cárdenas en el 2000, o Lula en Brasil. En este sentido su estrategia de venderse como un gobernante exitoso se asemeja más a las estrategias presidenciales norteamericanas, como la que siguió Bill Clinton al comunciar sus logros como Goberndaor de Arkanzas, o Fox al publicitar sus resultados en Guanajuato.

5. Un mensaje de futuro. Ya lo dijo el publicista de Mitterrand, Jacques Séguéla: los electores votan por el futuro, nunca por regresar al pasado. A diferencia del posicionamiento del PRI a nivel nacional, López Obrador ha logrado romper con el anclaje al pasado y al viejo régimen. Contrario a los gobiernos del PAN, ha logrado vencer el estereotipo de incapacidad, inexperiencia e insensibildiad social.

El mensaje de López Obrador, que expresa a través de su lema “La Ciudad de la Esperanza,” se ha convertido en una especie de proyecto alternativo frente al “regreso al pasado”, imagen de la que no se ha podido sacudir el PRI, y la “incapacidad para hacer realidad el cambio” que se ha apoderado del PAN.

El discurso de futuro de López Obrador, al igual que el de Lula, y Clinton en 1992, es a favor del cambio económico (It´s the economy, stupid!). Sus adversarios son el modelo económico neoliberal, el FOBAPROA, y la “mafia de políticos que se beneficia de la corrupción”.

En este sentido, representa una propuesta alternativa de futuro, tanto en lo económico, como en lo político, frente a la percepción que se tiene del PAN, y del PRI, éste último enfrascado en el debate de apoyar las recetas económicas neoliberales -como las reformas fiscal y eléctrica- o proponer un modelo económico alternativo. La alternativa frente a una eventual restauración priista o al cambio político panista, que no se traduce en cambio económico, es el cambio social.

Falta todavía un año y medio para el arranque formal de las campañas presidenciales del 2006. El “factor AMLO” tendrá que enfrentar las pruebas de fuego de los cuestionamientos tanto a la veracidad de su modelo de gobierno (el caso del chofer “Nico”), como a la sustentabilidad finaciera de su política social (el endeudamiento de 40 mil millones de pesos), pero lo que parece hoy a todas luces factible, es que si en México no se dio la transición institucional a la democracia que se esperaba con el triunfo de Fox, se pueda dar la alternancia a la izquierda a semejanza de lo que sucedió en España en 1982 cuando el triunfo del PSOE consolidó la transición democrática española.

Si se mantiene el factor AMLO, el desenlace de la transición mexicana en el 2006 no sería “el regreso del PRI a Los Pinos”, sino la alternancia del país hacia la izquierda.

miércoles, 16 de abril de 2003

La ilusión viaja en tranvía

La estrategia electoral que ha puesto en marcha el PAN a nivel nacional es de referéndum al cambio. Su lema “quítale el freno al cambio” es claro y conciso. Plantea de manera simple lo que estará en juego en las elecciones del próximo 6 de julio: ¡darle un voto al PAN y a Fox a favor de que el cambio continúe, o, bien, un voto en contra para que se detenga!

Independientemente de los efectos publicitarios de esta campaña, me gustaría poner a discusión los escenarios a los que nos llevaría esta estrategia. No me queda duda que el sentido de la elección federal del 6 de julio sea de referéndum al cambio. De lo que no estoy seguro es que la metáfora del cambio frenado traduzca correctamente la percepción de los electores en torno al desempeño del gobierno de Fox.

Los resultados de las elecciones del 2 de julio del 2000, y las encuestas de los meses inmediatos a la toma de posesión de Fox, nos hicieron plantear la tesis de un realineamiento electoral con efectos a mediano y largo plazo. Fox llegó a la presidencia con 16 millones de votos. Para diciembre de ese año, según una encuesta nacional de María de las Heras, cerca de 20 millones de mexicanos declararon haber votado por él, mientras que sólo 8 de 13.5 millones que votaron por Labastida confesaron haberlo hecho.

La tesis del realineamiento electoral auguraba el inicio de un ciclo electoral a favor del cambio y una caída del PRI a su piso más bajo de votación. Algunos, inclusive, hablaron de su inexorable desaparición. A finales del 2000, los cálculos sobre los márgenes de votación nacional de los partidos políticos situaban al PAN en una franja del 35 al 50%, al PRI en una del 20 al 35%, y al PRD en otra del 10 al 20%.

El escenario electoral para el 2003 parece haber cambiado súbitamente, y lo que se antojaba como un escenario del cambio confirmado producto de un realineamiento electoral de fondo, parece estar en aprietos, ya que los pronósticos difícilmente otorgan al PAN una mayoría en la Cámara de Diputados: el PRI y el PRD habrían subido a su techo y el PAN caído a su piso de votación.

Los problemas electorales del cambio, por lo tanto, no son los de un automóvil que enfrenta obstáculos para seguir avanzando, como plantean los estrategas y los publicistas del PAN. Me parece que la metáfora del camión cuyos pasajeros deciden bajarse por no estar conformes con la ruta que decidió emprender su conductor es más acertada y congruente con la realidad.

En pocas palabras, el problema del cambio no está en el freno sino en el rumbo: en el temor de los pasajeros que compraron boleto, y en la incertidumbre que les provoca no llegar a lugar deseado (¡cualquier parecido con La ilusión viaja en tranvía, o La subida al cielo de Luis Buñuel es mera coincidencia!).

El desencanto de los electores con el cambio inicia en el 2001 con la propuesta de reforma fiscal que proponía gravar con 15% los alimentos y las medicinas. A esta propuesta se añadió una pésima campaña publicitaria del gobierno federal que, durante marzo y abril, trató de convencer a los mexicanos de escasos recursos que lo que se les cobrara de IVA les sería devuelto en su integridad y hasta “copeteado”.

A esta propuesta le siguieron el aumento de las tarifas eléctricas y de gas a principios del 2002, una difícil situación económica que se ha traducido en desempleo para muchas zonas del país, y recortes presupuestales a la mayoría de los estados y municipios.

La percepción de los electores desilusionados con el cambio es que éste les ha salido demasiado caro, por lo que es poco probable que voten por pisar a fondo el acelerador. Antes al contrario, tratarán de convencer a su conductor que mejor corrija el camino (It´s the economy, stupid!).

Jorge G. Castañeda, por su parte, plantea el escenario de un cambio atorado. Su tesis es que los mexicanos queremos el cambio pero que, ante la eventualidad de una ausencia de mayoría en la Cámara de Diputados, habrá que desatorarlo mediante un gobierno de coalición PAN-PRI.

Castañeda piensa que el atorón del cambio es institucional y que el problema se resolverá ya sea conformando una coalición partidista, o bien, celebrando el tantas veces invocado, pero nunca cumplido, pacto de transición democrática.

Ciertamente uno de los problemas del cambio es el atorón institucional con motivo del llamado gobierno “dividido”, lo que impide que el Presidente cuente con una mayoría legislativa que le permita poner en práctica su proyecto de gobierno.

Sin embargo, a muchos de los electores les pasa por desapercibido el problema institucional, y creen que el problema radica en la ausencia de un claro liderazgo presidencial que permita a los partidos trabajar de común acuerdo.

La tesis de Castañeda a favor de un gobierno de coalición con el PRI no resuelve necesariamente el problema del atorón del cambio, ya que desplaza el problema sobre la conformación de una mayoría legislativa, al debate sobre la integración de un programa común de gobierno. ¿Incluirá éste la reforma fiscal tal como la presentó Fox en el 2001, la apertura del sector eléctrico al capital privado, o la aprobación de la Ley Abascal del trabajo?

Otro de los escenarios en torno al futuro del cambio es el de su agotamiento ante la eventualidad de una mayoría opositora que se niegue a formar un gobierno de coalición. La elección de una mayoría priísta en la Cámara de Diputados consolidaría la situación de un gobierno “dividido” –que se prolongaría ya por nueve años consecutivos- sin posibilidades de acuerdo sobre las reformas estructurales que México necesita para seguir adelante.

Después de haber operado a favor del cambio y de Fox el 2 de julio del 2000, el realineamiento electoral habría jugado una especie de efecto rebote en favor del PRI, escenario que pondría en serios aprietos la supervivencia del proyecto de cambio foxista. El ciclo electoral del cambio, cuyo origen se remonta a 1997, habría llegado a su fin, para dar comienzo a un difícil periodo de cohabitation a la mexicana.

El problema para México es que ante la eventualidad de que el cambio foxista termine de manera prematura, tanto por el desencanto de los electores como por la situación del gobierno dividido, no exista, aún, una visión alternativa de cambio. Lo más lamentable es que la ausencia de un proyecto viable de cambio pone en riesgo de descarrilamiento a nuestra incipiente transición democrática.

domingo, 16 de marzo de 2003

¿Primer Ministro mexicano?

A raíz de la intervención quirúrgica del Presidente Fox ha vuelto a surgir la polémica sobre la necesidad de cambiar nuestra forma de gobierno.

El reconocido jurista Ignacio Burgoa sostuvo que Fox debió de haber pedido licencia al Congreso para que se designara a un Presidente interino. Otros consideraron que Fox no tenía facultades para nombrar al Secretario de Gobernación, Santiago Creel, como encargado de facto de la agenda nacional. Algunos diputados federales alzaron la voz para proponer que ya es tiempo que se introduzca en nuestro país la figura del "jefe de gabinete" o "jefe de Gobierno" para que éste supla la incapacidad o ausencia temporal del Presidente.

El debate que se ha suscitado con motivo de la operación de columna del Presidente tiene por lo menos dos aristas:


Evitar la alternancia sin elección


En primer lugar está el problema de la suplencia del Presidente en caso de ausencia temporal o definitiva.

La Constitución mexicana en vigor proscribió la figura del Vicepresidente y, en cambio, otorgó al Congreso la facultad de nombrar a un Presidente interino y convocar a elecciones extraordinarias si la ausencia ocurre durante los primeros dos años de gobierno. Si la ausencia se produce en los últimos cuatro años de gobierno, el Congreso nombra a un Presidente sustituto para que termine el mandato.

El mecanismo contemplado por nuestra Constitución para suplir la falta del Presidente parece funcionar en los casos en que la mayoría política en el Congreso coincida con la mayoría presidencial.

Pero, ¿qué sucede, como en la actualidad, cuando el partido del Presidente no tiene mayoría, lo que se conoce como una situación de gobierno dividido?

Bajo este escenario pudiera darse el caso extremo de que el Congreso designe a un Presidente interino o sustituto de un partido contrario al del Presidente. Sin necesidad de tener que consultar a los electores, los legisladores tendrían la facultad de cambiar al partido en el poder. La alternancia en el Gobierno se daría sin que existiera una elección de por medio.

Las soluciones a este inconveniente pueden ser de varios tipos. Por un lado, que se reintroduzca la figura del Vicepresidente; por el otro, como propuso el PAN, que en caso de gobierno dividido, se obligue al Congreso a designar a un Presidente interino o sustituto del mismo partido que el Presidente que fallece o se ausenta.

La solución que me parece más democrática sería dejar que los electores decidan y que el Congreso se limite a convocar a elecciones extraordinarias sin importar en qué momento ocurra la ausencia presidencial.


Asegurar la gobernabilidad


La segunda vertiente del debate tiene que ver con la necesidad de hacer más eficiente nuestra forma de gobierno.

El presidencialismo funcionó porque a lo largo de la mayor parte del Siglo 20 el partido del Presidente controló el Congreso. El problema surge con motivo de las elecciones de 1997 y del 2000, a raíz de las cuales la mayoría legislativa no coincide con la mayoría presidencial.
De cara a las elecciones del próximo 6 de julio, el Presidente está obligado a ganar la mayoría en la Cámara de Diputados si quiere que el sistema presidencial vuelva a funcionar.

¿Qué sucedería si el partido del Presidente no logra ganar la mayoría de la Cámara de Diputados? México entraría en una peligrosa ruta hacia el estancamiento.

Para resolverla, el Presidente tendría que echar mano de una serie de recursos metaconstitucionales como conformar una mayoría legislativa mediante un gobierno de coalición, o convocar, por enésima ocasión, a la clase política a firmar la versión mexicana del "pacto de la Moncloa" a fin de modificar la Constitución y consolidar nuestra incipiente democracia.

Aquí es donde se inscribe la propuesta de avanzar hacia un régimen semipresidencial mediante la introducción de la figura del jefe de gabinete o jefe de Gobierno. Este haría las veces de un Primer Ministro, y sería nombrado por el Presidente con una duración de tres años de acuerdo a la mayoría que prevalezca en la Cámara de Diputados.

Si la mayoría de la Cámara de Diputados coincide con la mayoría presidencial, el jefe de gabinete sería nombrado de entre un miembro del partido político del Presidente. Cuando la mayoría de la Cámara de Diputados sea opuesta a la mayoría presidencial, el Presidente tendría la posibilidad de nombrar a un jefe de gabinete del partido opositor, una especie de "cohabitación" a la mexicana.

Si ningún partido tiene la mayoría, como es el caso en la actualidad, el Presidente haría un llamado a los partidos representados en la Cámara de Diputados para conformar un gobierno de coalición. El jefe de gabinete propuesto por el Presidente tendría como misión respaldar los acuerdos que garanticen la buena marcha del País.

Con la introducción del jefe de gabinete nuestra forma de gobierno funcionaría de acuerdo a dos modalidades: presidencial, cuando el partido del Presidente tenga la mayoría del Congreso; o semipresidencial, con un activo papel del jefe de gobierno, en caso de un gobierno dividido.

La figura del jefe de gabinete introduciría en nuestro sistema presidencial un mecanismo institucional para que nuestra clase política alcance los acuerdos necesarios que aseguren la gobernabilidad del País. Un jefe de gabinete liberaría la agenda presidencial del trabajo operativo, permitiendo que el Presidente se enfoque en los asuntos estratégicos.

(Este artículo apareció publicado en el periódico El Norte -16-03-03)

lunes, 3 de marzo de 2003

Otro referéndum al viejo PRI

Ya parece un lugar común escuchar a asesores estadounidenses y latinoamericanos quejarse del bajo nivel de nuestro marketing político.

La explicación más sencilla a este subdesarrollo mercadológico se encuentra en el pluralismo político limitado que dominó la escena electoral durante el régimen autoritario.

Las primera contienda realmente competida a nivel nacional fue la elección federal del 97, año en el que, gracias a las reformas electorales del 96, los partidos de oposición dispusieron de recursos suficientes para tener acceso a los medios de comunicación.

Bajo la supervisión de Carlos Castillo Peraza, el PAN realizó en el 97, una de las mejoras campañas de las que se tengan memoria en México. La campaña a favor del cambio caricaturizó, bajo el estilo neorrealista de “Z Producciones”, el universo autoritario del PRI con comerciales en blanco y negro de un minuto de duración.

La mayoría de los comerciales de esta serie son memorables, como el de los reclusos que se rebelan en contra de sus carceleros por no haberles servido; el de los diputados que levantan el dedo al son de los balidos de las ovejas; el del partido de fútbol en el que los ciudadanos pierden contra las chapuzas de los mismos de siempre; o aquel del discurso populista que prometía una vida digna a los habitantes de las zonas marginadas.

Mientras esto sucedía con la publicidad del PAN, el PRI se olvidó de la crisis económica y la inconformidad manifiesta de los ciudadanos, y puso en marcha una campaña optimista y armoniosa, en el más puro estilo de “Good Morning America” de Ronald Reagan, bajo el lema “Porque México eres tú, México es primero”.

La campaña a favor del cambio, aunado al error en el mensaje de la campaña del PRI, capitalizó el descontento de los electores como consecuencia de la crisis económica del 94-95 y produjo que el PRI perdiera, por primera vez en su historia, la mayoría de la Cámara de Diputados.

La campaña presidencial de la Alianza por el Cambio en el 2000 tuvo éxito porque logra personalizar el mensaje de cambio en el liderazgo y en la figura de Vicente Fox.

Se equivoca James Carville -el gurú que llevó al triunfo a Clinton en el 92-, cuando declara que el error de Labastida fue haber abandonado el mensaje del nuevo PRI. El error radicó, justamente, en la estrategia de campaña temática que le diseñó el mismo Carville prometiendo “inglés y computación en las escuelas, y médicos para las mujeres embarazadas”, mensajes que no fueron relevantes frente a la campaña de Fox que planteaba un solo gran tema: ¡Sacar al PRI de Los Pinos!

A Carville se le olvidó que, más allá de las propuestas temáticas, o de la oferta de un nuevo PRI, los electores votan por estilos de liderazgo, y, en este sentido, el liderazgo de Fox (el hombre Marlboro), se impuso frente al liderazgo burocrático y gris de Labastida (“me has dicho mariquita, me dijiste mandilón…”).

Un punto interesante a destacar es que el enfoque del marketing sudamericano que impulsaron Jorge G. Castañeda y Adolfo Aguilar Zínser para la campaña de Fox, con base en el referéndum de Chile del 88 y en la campaña argentina de De la Rúa del 99, fue más efectivo que el enfoque temático que aplicaron los asesores estadounidenses James Carville y Stanley Greenberg para Labastida.

Así las cosas, todo indicaba que con la desaparición del viejo régimen, el marketing político mexicano estaría libre de ataduras y daría, por fin, nacimiento a campañas y mensajes que se enfocaran a atender las verdaderas necesidades de los electores.

Pero al parecer, según las campañas locales más recientes (2001-2002), y el inicio de las campañas nacionales rumbo al 6 de julio del 2003, seguimos atrapados entre los paradigmas publicitarios del viejo régimen y el atorón de la transición hacia uno nuevo.

El PAN ha decidido mantener la estrategia publicitaria del 2000, y hacer de las próximas elecciones federales otro referéndum al viejo PRI. Para este fin ha emprendido una cruzada bajo el lema “ayúdanos a quitarle el freno al cambio”.

El riesgo de este enfoque es pensar que se puede repetir la misma estrategia y la misma lógica de voto en dos elecciones de naturaleza y dimensiones diferentes, cuando los electores ya dieron por descontado el voto de castigo en contra del PRI, y ahora esperan del cambio un mensaje diferente.

El mensaje nacional que echó a andar para estos comicios el PRI, trata de recordarle a la población que, al menos con él, a pesar de la corrupción y de todos los demás excesos del autoritarismo, se vivía mejor porque “el PRI sí tiene experiencia para gobernar”.

La limitante de esta estrategia, como escribió Jacques Séguéla, es que los electores siempre votan por el futuro, nunca por regresar al pasado. Bajo esta lógica, al emprender la defensa del autoritarismo, la campaña del PRI cae en la trampa de la polarización a favor del cambio.

¿Dónde está la visión alternativa del PRI al proyecto de cambio foxista? ¿Dónde los beneficios para los electores?

Al no haber una propuesta y un mensaje claros de futuro, y al no existir una conexión emocional de la clase política -tanto del PAN como del PRI-, con las verdaderas necesidades de los electores, las campañas políticas en el post-autoritarismo están cayendo en una peligrosa dosis de negatividad.

En algunas elecciones municipales he llegado a contar una proporción hasta de un ochenta por ciento de comerciales negativos frente a veinte por ciento de positivos, cifra muy por encima de la relación 50/50 que identificó Shanto Iyengar en California, estado campeón de las campañas negativas. La dosis de negatividad de las campañas mexicanas está más propensa a la patología que a la normalidad.

Tendremos que esperar a que se desatore el atorón mexicano y a que se resuelva la falta de consenso de las élites en torno a la visión del país que queremos, para que se resuelva, también, la crisis de nuestro marketing político.

Lograrlo supone superar la nostalgia por el pasado priísta y la ilusión en torno a un cambio providencial que nunca llegará. Entonces encontraremos la verdadera sintonía emocional con los electores.