domingo, 25 de noviembre de 2001

PRI: ¿Renovación o retroceso?

Después del 2 de julio el PRI se enfrentaba, por lo menos, a cuatro escenarios probables: extinción, ruptura, restauración y, en el más optimista, refundación.

En diciembre del 2000, el PRI llegó a su punto más bajo de popularidad, con sólo 22 por ciento de intención de voto a nivel nacional. Para julio de este año, contra todos los pronósticos, el PRI comienza a recuperar los niveles de votación que tenía a mediados de 1999, y que lo mantienen, hoy, en un promedio de alrededor del 43 por ciento de la intención de voto, frente a un 36 por ciento del PAN y 21 por ciento del PRD.

La base de esta recuperación, sin embargo, puede ser engañosa, pues no radica en el desarrollo de nuevas ventajas competitivas propias, sino en la desaparición de la principal ventaja competitiva del PAN, que consiste en la pérdida del "efecto Fox", como consecuencia de los errores de gobierno, la crisis económica y la intención de gravar con IVA a los alimentos y medicinas.

¿Cambio de partido o cambios en el partido? La XVIII Asamblea introdujo cambios en el funcionamiento del PRI. Ahora se trata de saber si los cambios efectuados representan para el PRI la adquisición de ventajas competitivas duraderas frente a los electores, o si se trata, sólo, de ventajas competitivas temporales, que, por lo tanto, son susceptibles de desvanecerse en el corto plazo.

Recordemos que en noviembre del 99, después de las elecciones primarias para elegir al candidato a la Presidencia de la República, el "nuevo PRI" contaba con el 52 por ciento de la intención del voto. En sólo cuatro meses, de enero a finales de abril, después del primer debate presidencial, la imagen del "nuevo PRI" se derrumbó y la intención del voto cayó a 36 por ciento para ya no moverse hasta el 2 de julio.

Bajo esta óptica, los resultados de la Asamblea son paradójicos: si bien algunas reformas apuntan hacia la democratización y apertura del PRI, otras lo alejan de la sociedad, al mantener intacto el "coto privado" de la tradicional clase política.

En el primer grupo de reformas se encuentran la apertura del 50 por ciento de las candidaturas a las mujeres y el 30 por ciento a los jóvenes, también el apoyo a las alianzas y a las candidaturas comunes, la descentralización de la mitad del financiamiento público nacional a los comités estatales y la elección del presidente nacional del PRI por el voto de las bases.

En el otro extremo se encuentran las reformas que mantienen cerrada la estructura partidista, como el mantenimiento de los candados para ser candidato a Gobernador o Presidente (contar con diez años de militancia y haber ocupado un puesto de elección popular), y el nuevo candado que impide a los dirigentes del PRI ocupar un cargo de elección.

Estas contradicciones nos llevan a pensar que la XVIII Asamblea fue más de carácter electivo que deliberativo: la preocupación fundamental de la mayoría de los delegados no fue tanto refundar al PRI, sino cambiar a su dirigencia.

¿Cambio de líder o de organización? Al fijar las reglas y el día para la renovación de la dirigencia, da la impresión que los delegados creyeron más efectivo apostarle a un cambio de liderazgo que dejar sentadas las bases para la democratización real del PRI.

En la XVIII Asamblea, la visión de los delegados madracistas se impuso sobre la de los labastidistas. Esto puede representar la esperanza de un cambio dentro del PRI. Pero no hay que olvidar que un cambio de líder no necesariamente es sinónimo de democratización. La ventaja competitiva que se podría adquirir con una nueva dirigencia puede ser temporal y desvanecerse en el corto plazo, si al mismo tiempo no se acompaña de una verdadera transformación de la estructura partidista.

De todos los cambios efectuados, o que se pudieran efectuar al PRI en el futuro, el único que le otorga una ventaja competitiva duradera, capaz de asegurar su éxito electoral y su supervivencia como partido, es el de su verdadera y genuina democratización.

El mea culpa (pedir perdón y una nueva oportunidad de gobernar) no es sinónimo de democratización: el primero es un truco publicitario, cada vez menos efectivo y de efectos pasajeros; la democratización, por el contrario, es la única transformación duradera.