miércoles, 16 de abril de 2003

La ilusión viaja en tranvía

La estrategia electoral que ha puesto en marcha el PAN a nivel nacional es de referéndum al cambio. Su lema “quítale el freno al cambio” es claro y conciso. Plantea de manera simple lo que estará en juego en las elecciones del próximo 6 de julio: ¡darle un voto al PAN y a Fox a favor de que el cambio continúe, o, bien, un voto en contra para que se detenga!

Independientemente de los efectos publicitarios de esta campaña, me gustaría poner a discusión los escenarios a los que nos llevaría esta estrategia. No me queda duda que el sentido de la elección federal del 6 de julio sea de referéndum al cambio. De lo que no estoy seguro es que la metáfora del cambio frenado traduzca correctamente la percepción de los electores en torno al desempeño del gobierno de Fox.

Los resultados de las elecciones del 2 de julio del 2000, y las encuestas de los meses inmediatos a la toma de posesión de Fox, nos hicieron plantear la tesis de un realineamiento electoral con efectos a mediano y largo plazo. Fox llegó a la presidencia con 16 millones de votos. Para diciembre de ese año, según una encuesta nacional de María de las Heras, cerca de 20 millones de mexicanos declararon haber votado por él, mientras que sólo 8 de 13.5 millones que votaron por Labastida confesaron haberlo hecho.

La tesis del realineamiento electoral auguraba el inicio de un ciclo electoral a favor del cambio y una caída del PRI a su piso más bajo de votación. Algunos, inclusive, hablaron de su inexorable desaparición. A finales del 2000, los cálculos sobre los márgenes de votación nacional de los partidos políticos situaban al PAN en una franja del 35 al 50%, al PRI en una del 20 al 35%, y al PRD en otra del 10 al 20%.

El escenario electoral para el 2003 parece haber cambiado súbitamente, y lo que se antojaba como un escenario del cambio confirmado producto de un realineamiento electoral de fondo, parece estar en aprietos, ya que los pronósticos difícilmente otorgan al PAN una mayoría en la Cámara de Diputados: el PRI y el PRD habrían subido a su techo y el PAN caído a su piso de votación.

Los problemas electorales del cambio, por lo tanto, no son los de un automóvil que enfrenta obstáculos para seguir avanzando, como plantean los estrategas y los publicistas del PAN. Me parece que la metáfora del camión cuyos pasajeros deciden bajarse por no estar conformes con la ruta que decidió emprender su conductor es más acertada y congruente con la realidad.

En pocas palabras, el problema del cambio no está en el freno sino en el rumbo: en el temor de los pasajeros que compraron boleto, y en la incertidumbre que les provoca no llegar a lugar deseado (¡cualquier parecido con La ilusión viaja en tranvía, o La subida al cielo de Luis Buñuel es mera coincidencia!).

El desencanto de los electores con el cambio inicia en el 2001 con la propuesta de reforma fiscal que proponía gravar con 15% los alimentos y las medicinas. A esta propuesta se añadió una pésima campaña publicitaria del gobierno federal que, durante marzo y abril, trató de convencer a los mexicanos de escasos recursos que lo que se les cobrara de IVA les sería devuelto en su integridad y hasta “copeteado”.

A esta propuesta le siguieron el aumento de las tarifas eléctricas y de gas a principios del 2002, una difícil situación económica que se ha traducido en desempleo para muchas zonas del país, y recortes presupuestales a la mayoría de los estados y municipios.

La percepción de los electores desilusionados con el cambio es que éste les ha salido demasiado caro, por lo que es poco probable que voten por pisar a fondo el acelerador. Antes al contrario, tratarán de convencer a su conductor que mejor corrija el camino (It´s the economy, stupid!).

Jorge G. Castañeda, por su parte, plantea el escenario de un cambio atorado. Su tesis es que los mexicanos queremos el cambio pero que, ante la eventualidad de una ausencia de mayoría en la Cámara de Diputados, habrá que desatorarlo mediante un gobierno de coalición PAN-PRI.

Castañeda piensa que el atorón del cambio es institucional y que el problema se resolverá ya sea conformando una coalición partidista, o bien, celebrando el tantas veces invocado, pero nunca cumplido, pacto de transición democrática.

Ciertamente uno de los problemas del cambio es el atorón institucional con motivo del llamado gobierno “dividido”, lo que impide que el Presidente cuente con una mayoría legislativa que le permita poner en práctica su proyecto de gobierno.

Sin embargo, a muchos de los electores les pasa por desapercibido el problema institucional, y creen que el problema radica en la ausencia de un claro liderazgo presidencial que permita a los partidos trabajar de común acuerdo.

La tesis de Castañeda a favor de un gobierno de coalición con el PRI no resuelve necesariamente el problema del atorón del cambio, ya que desplaza el problema sobre la conformación de una mayoría legislativa, al debate sobre la integración de un programa común de gobierno. ¿Incluirá éste la reforma fiscal tal como la presentó Fox en el 2001, la apertura del sector eléctrico al capital privado, o la aprobación de la Ley Abascal del trabajo?

Otro de los escenarios en torno al futuro del cambio es el de su agotamiento ante la eventualidad de una mayoría opositora que se niegue a formar un gobierno de coalición. La elección de una mayoría priísta en la Cámara de Diputados consolidaría la situación de un gobierno “dividido” –que se prolongaría ya por nueve años consecutivos- sin posibilidades de acuerdo sobre las reformas estructurales que México necesita para seguir adelante.

Después de haber operado a favor del cambio y de Fox el 2 de julio del 2000, el realineamiento electoral habría jugado una especie de efecto rebote en favor del PRI, escenario que pondría en serios aprietos la supervivencia del proyecto de cambio foxista. El ciclo electoral del cambio, cuyo origen se remonta a 1997, habría llegado a su fin, para dar comienzo a un difícil periodo de cohabitation a la mexicana.

El problema para México es que ante la eventualidad de que el cambio foxista termine de manera prematura, tanto por el desencanto de los electores como por la situación del gobierno dividido, no exista, aún, una visión alternativa de cambio. Lo más lamentable es que la ausencia de un proyecto viable de cambio pone en riesgo de descarrilamiento a nuestra incipiente transición democrática.

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